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miércoles, julio 20, 2005

ETAPAS DE LA EVOLUCION, SU SIMBOLOGIA Y NUMEROLOGIA - ENVIO 26/42

LIBRO “EL SER HUMANO”. ESPECULACIONES SOBRE SU MISTERIO (ENVIO 26/42)
Roger Jordan Palomino

Etapas de la evolución, su simbología y numerología

A pesar de su misterio, la creación evidencia un ritmo y una armonía que pueden ser percibidos por quien tenga ojos para ver y oídos para escuchar como decía Jesús el Cristo, siendo los números y los símbolos geométricos, valiosas ayudas para dicha percepción.

La simbología es clave para comprender lo que la Mente Subjetiva, eminentemente racionalista no puede comprender ni mucho menos explicar con palabras. Un solo símbolo puede revelar tanto sobre la real naturaleza de lo absoluto que miles de discursos o libros de ciencia.

La necesidad de la simbología resulta pues como consecuencia de la imperfección del lenguaje humano para comunicar en palabras las verdades percibidas por la intuición en la Mente Universal de la que se habló en la segunda parte, y a la que el ser humano puede acceder por medio de su Alma mediante procesos iniciáticos o religiosos especiales.

Las revelaciones sobre la verdad absoluta a la que puede llegar el ser humano mediante su Alma, por ejemplo la de la unidad de todas las cosas y de la unidad en la diversidad, siempre han supuesto desde los tiempos más antiguos un gran esfuerzo para trasmitirlas de manera comprensible y sin distorsiones a aquellas personas que estén preparadas y evolucionadas para comprenderlas,
convenciéndose de la inutilidad del lenguaje para tal fin, por lo que han tenido que recurrir a la simbología para hacerlo.

Así pues, es sumamente difícil especular racionalmente sobre nuestra evolución hacia la trascendencia en la Mente de Universal, es decir hacia la unidad absoluta, si no se utiliza la simbología para tal fin; simbología en la son muy ricas algunas escuelas iniciáticas que prefieren la numerología o la Geometría y algunas religiones que prefieren la parábola o la leyenda. Estos conocimientos están destinados a conmover los niveles mas elevados de los centros de la Razón y de la Emoción, de tal manera de que, sin necesidad de palabras se comprendan internamente y se transmitan al que “Tenga ojos para ver y oídos para escuchar” como decía Jesús el Cristo, refiriéndose a la imposibilidad de ser comprendidos por los no preparados.

Al respecto, Pitágoras, quien antes que matemático, fue un gran filósofo y avanzado adepto del esoterismo, decía que: "La evolución es la ley de la vida, que el número es la ley del Universo y la unidad la ley de Dios"

En la elaboración de esta parte, se han tenido pues en cuenta, diferentes enfoques iniciáticos, religiosos y filosóficos acerca de los números y los símbolos con relación a la evolución del hombre, habida cuenta que, conforme se ha venido sosteniendo, por todos los caminos que el hombre siga sinceramente y realmente para evolucionar, es posible llegar al camino final, al que conduce a la trascendencia en el seno de la Mente Universal.

Para iniciar esta parte se debe afirmar y comprender plenamente que Dios es infinito en el espacio y eterno en el tiempo, por lo que en El están todos los planos de la realidad material y espiritual.

Abarcando a todos los planos de la realidad, existe desde siempre el Espíritu de Dios, autor de los planos de la realidad material; en El se halla su amor que es creativo y no destructivo; así pues, antes de su manifestación en el plano del Universo, el Alma individual del hombre existió desde siempre dentro del Espíritu de Dios como posibilidad no concretizada.

El Cero cuya figura es en realidad un círculo, puede representar al Espíritu de Dios y al Alma del hombre antes de su diferenciación de este como proyecto individual; Alma que Dios ha amado, ama y amará siempre porque formó parte de sus infinitas posibilidades; (1 Juan 4,19); asimismo como la manifestación de Dios es su creación eterna, se deduce que su esencia es amor eterno, por lo que se deduce también, que el Cero que representa al Espíritu de Dios y al Alma del hombre aun no diferenciada, puede representar el amor eterno aun no manifestado, es decir no individualizado, pero amor en su esencia mas profunda.

En su eterna ideación, el Espíritu de Dios concibe con amor creativo todas las formas posibles de existencia espiritual y material, siendo el hombre una de ellas.

Cuando el Alma del hombre fue ideada, se estableció su diferenciación o individualización de la totalidad de aquella, convirtiéndose en mónada, cuya representación numerológica es el Uno; el número Uno puede representar pues la diferenciación dentro del Espíritu del Creador con su creación; si el Cero puede representar la totalidad de las posibilidades dentro del Espíritu de Dios y puede ser graficado por un círculo, el Uno se puede simbolizar como un punto dentro del círculo de tal manera de representar la individualización dentro de la totalidad.

El círculo puede contener infinito número de puntos o individualidades o mónadas o proyectos, siendo el Alma del hombre uno de ellos. Cuando el Uno se concretiza, es decir cuando la mónada se desprende del Espíritu de Dios representada por el Cero para encarnar en la materia, su representación puede ser el número Cero a la izquierda y el Uno a la derecha, es decir "01"

Según los inescrutables designios de Dios, la mónada destinada a constituir la parte espiritual del ser humano y luego de su diferenciación del Espíritu de Dios, al desprenderse de este, inició su asociación con la materia para constituir las formas de este ser; este proceso fue en realidad una involución, pues significó el desprendimiento de la unidad absoluta del Espíritu de Dios para transformarse en la dualidad de toda existencia material.

El ser dual destinado a ser hombre se materializó quizá en la organización inicial de un átomo con un positrón de signo positivo y un electrón de signo negativo, concluyendo así su proceso de involución para iniciar, a partir de ese estado, un proceso de evolución que aun no termina. Este ser recién materializado, tuvo así planteada la razón de su existencia, que no es otra que evolucionar de retorno hacia su origen según los planes de Dios, y que están trazados en su parte espiritual.

Esta dualidad se puede representar por el número Dos y su símbolo puede ser la línea que une en sus extremos, el espíritu y la materia. En el ser destinado a ser hombre, se evidencia esta dualidad por las exigencias opuestas de dichos extremos, pues mientras que el espíritu, convertido en Alma individualizada y que es de signo positivo por provenir del Espíritu de Dios creador, tiende a salir de su encierro en la materia para elevarse hacia su origen, la materia que es de signo negativo por ser lo creado, se resiste a esta elevación. El espíritu es pues activo y la materia pasiva.

La lucha permanente de contrarios, se explica también como un proceso dialéctico de evolución, ya que la mónada espiritual constituida en tesis, inició su lucha con la materia constituida en antítesis, dando como resultado las síntesis sucesivas que se evidencian en cambios cuantitativos incesantes para, en momentos trascendentales del ser, devenir en cambios cualitativos que se manifiestan en la complejización progresiva de este. Este proceso podemos verlo también como un proceso de transmutación permanente.

Al complejizarse, el ser adquirió sucesivas capacidades; primero vida energética mineral, luego vida vegetativa, luego vida instintiva animal, y en el momento más trascendental, vida consciente; cuando tal cosa ocurrió, el ser tuvo libre albedrío, condición necesaria para continuar su evolución a los niveles superiores destinados a la trascendencia del espíritu sobre la materia; esta nueva situación se puede simbolizar con el número Tres cuya representación es el triángulo, en una de cuyas puntas se encuentra el Alma de signo positivo, en el otro el cuerpo de signo negativo y en la otra, la manifestación o Yo o Ego que tendrá el signo positivo del Alma y el negativo del cuerpo. Este triángulo será equilátero si este Yo o Ego contiene ambos signos en forma armónica y se deformará si el Yo o Ego contiene mas carga positiva o más carga negativa, dando a entender que Dios quiere que la evolución se realice mediante la armonía según se expresó anteriormente.

El hombre con Consciencia de sí y que la Biblia llama Adán, inició pues su nueva condición, con libre albedrío y con la capacidad para conocer la Ciencia, el bien y el mal tan bellamente relatado en dicho texto (Gen 2,17), pero a pesar de ello, el hombre no pudo evitar que los procesos dialécticos de su ser continúen; por el contrario, dichos procesos le produjeron incertidumbre pues el hombre, al ya tener Conciencia de sí, sintió con mas claridad las exigencias opuestas de su espíritu y de su cuerpo lo que no le permitieron alcanzar un bienestar pleno.

Ante su incertidumbre, el hombre fue resolviendo sus contradicciones, unas veces, la mayoría, satisfaciendo mas a su parte material obteniendo sólo gratificaciones efímeras o degradándose, y otras, a su parte material y espiritual en forma armónica, obteniendo gratificaciones mas trascendentes; cuando el hombre se dio plenamente cuenta de ello, pudo decidir romper con sus contradicciones; determinando que la dialéctica, haya llegado a una nueva fase cuya tesis fue la lucha para cambiarlas y la antítesis su natural resistencia al cambio.

Hasta ahora hemos repetido algunas de las ideas expuestas anteriormente sobre el proceso de creación y evolución del hombre, particularmente en la Segunda Parte; de aquí para adelante hablaremos de dicho proceso en tiempo futuro pues este aun no termina.

La decisión del hombre de eliminar las contradicciones que en el se dan, tendrá la mas fuerte de las resistencias de su parte física por la resistencia al cambio de los malos hábitos o vicios que caracterizan a su Yo o Ego; cuanto más fuertes dichos hábitos, mas dura será la lucha para evolucionar; pero para su lucha, el Alma del hombre cuenta con una de las más formidables cualidades del Espíritu de Dios y que ha traído consigo desde su desprendimiento de este; esta fuerza es la Voluntad, que es la única fuerza capaz de impulsar al ser a una real evolución; en su lucha, el Racionalismo y el Misticismo pueden serle útiles para canalizar esta fuerza adecuadamente; cuando no es así, igual que el opio, sólo serán una de las tantas ilusiones en las que el ser humano se refugia para no ver la realidad dentro de sí.

Efectivamente, la Voluntad es la única fuerza capaz de hacer permanentes en el tiempo, que en nuestra consciencia actúa como una cuarta dimensión, los logros alcanzados en la lucha por evolucionar; por tal razón, al sostener en el tiempo los cambios, se accede a un nuevo y trascendente hito cuya representación puede ser el numero Cuatro y cuyo símbolo puede ser el cuadrado que contiene dos triángulos opuestos, es decir el espíritu y la materia perfectamente equilibrados y formando 360 grados, realizando lo que en algunas escuelas iniciáticas se denomina la “Cuadratura del Círculo” que también tiene 360 grados, y que significa que el Alma, el cuerpo, el Yo o Ego y la Voluntad han logrado el Perfecto Equilibrio del cuadrado, el que sin coincidir aun con el círculo, simboliza el estado preparatorio para acceder a los niveles donde el amor infinito de Dios se siente en forma mas clara y nítida.

El alcanzar el Cuatro, significa también que el hombre ha logrado el dominio sobre los cuatro elementos de su composición material que son, como se expresó en la segunda parte, la tierra, el agua, el aire y el fuego. Dominio sobre su elemento tierra porque ya tiene control sobre los apetitos provenientes de su sistema digestivo que es el que emplea para alimentarse con todo lo que la tierra produce; dominio sobre su elemento agua porque ya tiene control sobre su sistema circulatorio y demás sistemas que contienen este elemento a los que no envenena con sus rencores, odios, envidias, etc. que se dan en el Centro de la Emoción y que radica en el corazón; de allí el viejo adagio: “No hacerse mala sangre” aludiendo a la necesidad de mantener la calma ante las contingencias y contratiempos de la vida; dominio sobre el elemento aire porque el aire que aspira y que expira siempre lo hace con amor y porque sus palabras que son de aire son siempre de bendición y jamás de maldición; y sobre el elemento fuego porque el calor que anima su cuerpo y que proviene de lo más íntimo de su composición atómica, es el fiel reflejo del calor santo que da vida a todo el Universo y que jamás es consumido en las bajas pasiones sino, por el contrario, consumido solo en el fuego del amor.

La interrelación del Alma y el cuerpo es total pero puede ser percibida mas claramente en las zonas del cuerpo que se denominan "Centros”, los que son cinco como ya se expresó anteriormente.

Como consecuencia del Perfecto Equilibrio entre el Alma, el cuerpo, el Yo o Ego y la Voluntad, equilibrio que tiene su correlato en el control de los cuatro elementos de su composición material, representados con el número Cuatro y el cuadrado, se produce en el ser humano el funcionamiento nuevo de sus cinco centros los que terminan armonizándose de tal manera de que ninguno de ellos sea más preponderante que otro; esta nueva situación da lugar a que, del Perfecto Equilibrio, el ser humano devenga en la Perfecta Armonía que se puede representar con el número Cinco y simbolizar con la Estrella de Cinco Puntas o Pentalfa de la Masonería, estrella que es también el símbolo de muchas naciones.

Este elevado estado se puede representar también con la Cruz y la Rosa de los rosacruces, que significa que, a pesar de que el ser humano se encuentra clavado a la cruz de su materialidad, por su trabajo, ha trasmutado los metales viles de sus bajas pasiones en el oro alquímico que necesita el Alma o Rosa Mística para aflorar por encima de la cruz.

Este hombre se constituye así en un ser perfecto y se encuentra listo para que el Alma se haga cargo, a partir de esa nueva situación, de la total conducción de su vida.

Por ello, por estar perfectamente armonizado, este ser, ya está en capacidad de escuchar claramente la voz de su Alma por medio de la Intuición que es un atributo divino y que se puede constituir en un sexto centro, por lo que este hombre puede devenir, mediante su devoción y amor infinito a Dios, en la Santidad.

Este santo se puede representar con el número Seis y simbolizar con la Estrella de Seis Puntas constituida por un triángulo equilátero con la base abajo y la punta arriba que simboliza la trinidad humana del cuerpo, el Alma y el Yo o Ego que ya han encontrado a Dios y un triángulo equilátero con la base arriba y la punta abajo que simboliza a la Divina Trinidad que prodiga su amor a este hombre con quien se entrelaza perfectamente. Esta estrella es llamada también "Estrella de David" y es emblema de la Nación Judía.

El santo puede convertirse en anacoreta aislado del mundo para dedicar su vida sólo a la contemplación o puede evolucionar más aun con el conocimiento de la verdad, ya que por su clara visión de esta, se encuentra en capacidad de alcanzar la sabiduría o Gnosis por su reflexión profunda sobre ella.

Dicha sabiduría se refiere al conocimiento de la Ciencia, del bien y del mal, ubicados en un sólo árbol en el paraíso terrenal y cuyo conocimiento quiso alcanzar Adán conforme lo describe simbólicamente la Biblia, conocimiento que en realidad es posible merecerlo sólo mediante el trabajo de evolución sobre uno mismo y que venimos describiendo.

Este conocimiento es el de la sabiduría de Dios contenida en las leyes del Universo, sabiduría que se encuentra en las escalas vibratorias de su creación, las que partiendo de su unidad absoluta, descienden por el Teclado Cósmico en octavas vibratorias cuya real existencia en los niveles percibibles por el hombre puede apreciarse a través de los sentidos; P. Ejem; en la escala musical de siete notas para el oído, en los siete colores básicos para la vista, etc.

El ser que alcanza esta sabiduría se puede representar por el número Siete por estar en capacidad de manejar los siete estados vibratorios de las octavas del Teclado Cósmico de la creación; su representación simbólica puede ser la Estrella de Seis Puntas teniendo en su interior cualquiera de los símbolos utilizados por las diferentes Ordenes Iniciáticas para representar la sabiduría o Gnosis; este símbolo es llamado también el " Sello de Salomón" por algunas escuelas iniciáticas. A este poder le llama la religión milagro y las escuelas iniciáticas teurgia o magia.

Por el conocimiento de su sabiduría, este ser "Ha penetrado íntimamente en lo profundo de Dios", (1 Cor. 2, 10). , comprendiendo y comprometiéndose así, con su infinito y eterno amor, hacia el servicio sin límites a la humanidad.

Este nuevo estado de amor infinito a la humanidad determina un nuevo estado de evolución que es llamado Cristificación y que significa que, por su infinita sabiduría y su infinito amor, este hombre se sentirá siempre impulsado a curar los males del espíritu y del cuerpo entre toda la humanidad.

Esta Cristificación la podemos representar con un Ocho constituido por el Cero del amor infinito de lo alto y el Cero del amor infinito del ser cristificado en lo bajo, que escrito horizontalmente simboliza jústamente lo infinito. Por este nuevo estado de evolución, el destino del ser cristificado queda marcado ineludiblemente con el compromiso de la total entrega de su amor y sabiduría al plan divino entre los hombres, aunque en ello le vaya la propia vida.

Efectivamente, las etapas de evolución hasta ahora descritas, desde el “0” hasta el ”8”, pueden percibirse por sus efectos en la humanidad que rodea al hombre por las sucesivas contradicciones que genera en cada vez más amplios entornos según su evolución; así, al tener su Yo o Ego Conciencia de su dualidad o Tres, su familia y amigos lo amarán pues ya nos los hará sufrir con sus contradicciones pero otros cercanos a él le tendrán celos por no poder obtener igual amor; cuando alcance el Perfecto Equilibrio o Cuatro, lo amará parte de su comunidad y lo odiará la otra parte por envidia; cuando alcance la Perfecta Armonía o Cinco, será amado y admirado por muchos pueblos que lo tendrán como ejemplo y será odiado por los que temen que su ejemplo ponga en evidencia su ruindad; cuando alcance la Santidad o Seis tendrá la devoción de los que tienen fe y amor a Dios pero será odiado por los incrédulos y por los fariseos; cuando alcance la Sabiduría o Siete, tendrá el amor de los que, además de tener fe en Dios, se la tendrán también a él, ganándose el odio de los falsos profetas y sus seguidores; cuando alcance la Cristificación, es decir la capacidad de infinito amor a la humanidad u Ocho, tendrá el amor de parte de dicha humanidad y el odio de la otra parte que vive en la obscuridad.

Así, al haber avanzado a través de las sucesivas contradicciones humanas antes mencionadas, muchas de las cuales han podido significar su martirio; en el destino de este hombre cristificado, se tiene que resolver la última gran contradicción que es la contradicción de la humanidad que busca la luz y de la que no quiere verla. La única salida de este conflicto es su martirio pues sólo después de su muerte, su mensaje de luz y amor infinito, alcanzará también la dimensión de la eternidad en el corazón de los hombres. Jesús el Cristo es el mejor ejemplo de lo expresado.

Pero el amor como la luz no pueden morir jamás, solo pueden ser cubiertos temporalmente cual eclipse; por tal razón, cuando este ser cristificado es martirizado por la verdad, el mal de los hombres se ha hecho presente sobre el Cero de su amor infinito, no destruyéndolo sino velándolo parcialmente, cubriendo simbólicamente una mitad, la de la izquierda que representa al mal, dando lugar a que el Ocho del amor infinito devenga en el Nueve o número de la Suprema Iniciación; después de haber completado las tres vueltas iniciáticas al Sagrado Triángulo de la Verdad y que son, la vuelta de la Consciencia de sí, la vuelta de Perfeccionamiento de sí, y la vuelta del Conocimiento y del amor a Dios, a sus obras y a los hombres.

Por tal razón, en la Biblia, se dice que Jesús el Cristo murió a la “Hora Novena”, (Lucas 23,44), no correspondiendo esta hora a ninguna hora del relato histórico por lo que su única explicación es su significado esotérico.

Al morir por amor a la humanidad, este ser cristificado, muere para la vida terrena, por ello, Jesús el Cristo, antes de expirar y nacer a la vida eterna exclamó: “Consumatum Est”, todo está consumado, (Juan 19,30), es decir, toda la materia que puede y debe ser consumada ya ha sido consumada.

Pero quien, como Jesús el Cristo, alcanzó la cristificación, y su materia fue destruida por amor; la luz o fuego de su amor ya liberado de su encierro material con la Suprema Iniciación o muerte material, puede disipar el parcial eclipse de la Hora Novena y renacer a un nivel de existencia superior, reintegrándose a la unidad de Dios pero haciendo suyo el amor de este; este nuevo y último estado de evolución puede ser representado con el número Diez, en el que el Cero que aparecía a la izquierda de la unidad de la mónada cuando fue "01", ahora pasa a la derecha y forma el "10", para representar que la unidad recuperada, ha sido potenciada y elevada a un plano superior, lista para otra misión en otras esferas de la creación o para velar por la humanidad desde la “Gran Asamblea Blanca”, como la denominan los rosacruces o desde el cielo como lo dicen las religiones, cumpliéndose así lo que en el cartel a la cabeza de su cruz, le pusieron a Jesús el Cristo: “INRI” cuyo significado esotérico es “Igne Natura Renovatur Integrat”, es decir, el fuego del amor renueva íntegramente la naturaleza de las cosas.

Para terminar con esta parte, se puede decir que la evolución está en la misma naturaleza de Dios y para ello ha establecido según los rosacruces, dos leyes inmutables: la ley del Amra que manda que todo lo que es otorgado por Dios debe ser devuelto para la evolución de lo creado por El; y la ley del Karma que manda que todo debe ser compensado en esta vida o en la otra. Si uno no lo hace voluntariamente, de todas maneras el Karma se hará presente; asimismo, se puede sostener que para alcanzar los niveles de evolución representados por los números del 0 al 10, el ser humano tiene que trabajar mucho; no estando en discusión en esta parte, si para ello son necesarias varias existencias o reencarnaciones o una sola existencia; en todo caso, de dos cosas debemos estar seguros: de la necesidad de la evolución del hombre y del infinito y eterno amor de Dios para tal fin.