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miércoles, junio 29, 2005

EL YO ó EGO - ENVIO 14/42

LIBRO “EL SER HUMANO”, ESPECULACIONES SOBRE SU MISTERIO (ENVIO 14/42)
Roger Jordan Palomino

El Yo o Ego

De la asociación del Alma inmutable de signo positivo, y del cuerpo material mutable de signo negativo, resulta una manifestación que se suele llamar Yo o Ego, el cual caracteriza al hombre.

Si tenemos en cuenta que el Alma, por su naturaleza divina, tiende a que la Consciencia de sí se asemeje a la consciencia de su fuente, es decir a la Consciencia o Mente de Dios, y el cuerpo, por su naturaleza material, tiende hacia la satisfacción de sus necesidades materiales; resultará natural que, por tal razón, la tercera entidad que resulta de la fusión del alma con en el cuerpo y que se denomina Yo o Ego, refleje dicha dicotomía.

Este Yo o Ego se va formando a lo largo de la vida del hombre, y según este se incline, sea hacia los reclamos espirituales del Alma o hacia los apetitos materiales del cuerpo, resultará que el Yo o Ego tenga mas carga positiva si está en mayor armonía con el Alma, o negativa si tiene mayor afinidad con el cuerpo.

Este Yo o Ego, por su naturaleza espiritual, es una entidad que se adosa al Alma, aun cuando pueda tener mayor afinidad con los reclamos del cuerpo, y se manifiesta claramente en los cinco centros que se vieron anteriormente.

Así pues, las consecuencias del uso del libre albedrío del hombre, harán que su Yo o Ego, sea que esté o no en mayor o menor armonía con el Alma, afectarán siempre a su Alma, sea para facilitarle que irradie sin obstáculos su poder divino cuando él Yo o Ego tiene mayor armonía con ella, o para dificultarle que este poder se manifieste cuando tiene menor armonía con ella; también influirá en su cuerpo, pues según satisfaga sus apetitos armoniosa o inarmoniosamente, el hombre dispondrá o no de buena salud.

Si él Yo o Ego dificulta el rol del Alma, es porque este actúa como una carga o lastre que el Alma tiene que cargar porque las vivencias del hombre son contrarias a la real naturaleza del Alma que es la del Creador; este lastre actúa también como una empañadura que dificulta que el Alma pura irradie el poder de Dios para guiar al hombre.

Así pues, para que el Alma pueda cumplir el rol para el que ha sido encarnada en el hombre, él Yo o Ego de este tiene que alcanzar su misma perfección. La perfección mencionada, tiene que estar referida necesariamente a las manifestaciones de perfección de quien se considera como Dios.

En este punto, es necesario apoyarse en la capacidad de especulación de la Filosofía, de la que se había concluido que su utilidad radicaba en que, como disciplina racional, había logrado deducir que existe perfección absoluta en Dios por sus manifestaciones en lo ético o moral y en lo estético o bello; manifestaciones intuidas y buscadas por el hombre.

Como consecuencia de lo expresado, la satisfacción perfecta de las necesidades materiales y espirituales, debería estar ajustada a la satisfacción ética y estética de estas; entendiéndose como satisfacción ética, a la satisfacción de dichas necesidades en forma moral y justa; y satisfacción estética a la satisfacción de dichas necesidades en forma armoniosa o con bienes armoniosos o bellos. Lo contrario, es decir la satisfacción inmoral e inarmónica de dichas necesidades, rompería la idea de perfección que busca el Alma para el logro de los fines para los cuales Dios la ha hecho manifestar en el ser humano.

Lo expresado, tiene que referirse, en consecuencia, a que Dios quiere que el ser humano satisfaga sus necesidades materiales y espirituales según la armonía que existe como ley en la creación y que sugiere la idea del bien. Dicha armonía puede ser reproducida en el ser humano cuando este, por su voluntad, logra hacer trabajar a los cinco centros de los cuales hemos hablado, en forma armónica, dando lugar a la perfección del ser como se verá mas adelante.

Cualquier rotura de dicha armonía, supone así la vulneración a la ley natural, surgiendo así la idea del mal; en el Génesis se relata simbólicamente esta situación de dicotomía en la que el hombre fue puesto cuando se convirtió en Alma Viviente con libre albedrío cuando Dios le prohibió a Adán, que coma del “Arbol de la Ciencia del Bien y del Mal”.

El simbolismo contenido en este pasaje, es altamente revelador de profundas verdades ya que, si se considera al concepto de Ciencia como conocimiento, se manifiesta con claridad que el bien y el mal requieren del conocimiento de lo ético y de lo estético para producirse, resultando así que el hombre, por intermedio de su Consciencia, tiene que tener conocimiento de la ley natural para saber si se la está respetando o transgrediendo.

Se puede considerar que dicho conocimiento es intuitivo por medio del Alma, resultando así que si el hombre, por su libre albedrío, actúa bien o mal, su Alma quedará siempre pura pero él Yo o Ego, además de facilitar o dificultarle su tarea a esta, reflejará la actuación del hombre.

En este punto se considera necesario aclarar un poco mas sobre las relaciones entre la Consciencia y él Yo o Ego. Al respecto, el Alma contiene como propiedad inmutable y eterna a la Consciencia Divina, la que ha devenido en Consciencia de sí debido a su asociación con la materia por las sensaciones que recibe de esta; y el Yo o Ego, es una entidad susceptible de cambiar según la evolución del hombre.

En otros términos, la Consciencia, que es una cualidad del Alma divina, puede servir siempre como referente seguro para evolucionar, y el Yo o Ego, puede estar tanto mas cerca del Alma cuanto más en armonía esté con las leyes de la creación, pudiendo llegar a confundirse casi con la Consciencia Universal de Dios contenida en el Alma Divina. Así, cuando comúnmente se escucha que se debe escuchar a la voz de la Consciencia que nos habla por medio de la Intuición para actuar bien, se debe entender que dicha Consciencia, es la Consciencia Divina contenida en el Alma y no las voces, casi siempre falaces, del Yo o Ego que uno va formado en la vida.

El antiguo postulado griego “Gnoti Seauton” o el latino “Noscete Ipsum”, que significa “Conócete a ti mismo”, se refiere precisamente a la necesidad de que el hombre conozca, sin engaños, a su Consciencia con relación al Yo o Ego que lo caracteriza; es decir, a la necesidad de establecer una comparación entre ambas entidades para determinar cuan cerca o cuan lejos están una de otra y, en consecuencia, determinar la magnitud del trabajo que debe realizar para evolucionar. Este trabajo no es nada fácil como se verá mas adelante.

Como consecuencia de lo expresado, se puede decir que, así como la fisonomía externa permite identificar físicamente a un ser humano, su Yo o Ego es lo que permite caracterizarlo espiritual e individualmente, reflejando su belleza o no belleza moral.

Antes de concluir con esta parte, es necesario alertar al lector sobre la verdadera parafernalia de teorías sobre la verdadera composición u organización del hombre.

Algunas de ellas, principalmente las provenientes de distorsiones de doctrinas esotéricas orientales, sostienen que el hombre tiene cinco cuerpos, otras siete, coincidiendo todas en que estos cuerpos se diferencian por su densidad, desde el cuerpo más denso o visible hasta el menos denso ya invisible.

No es posible afirmar ni negar tales teorías, pero si es posible especular en que todas pueden ser coincidentes en que el hombre contiene en si y en diferentes gradaciones lo afirmado en el pensamiento hermético varias veces señalado en este trabajo, es decir que la parte material del hombre no es mas que energía condensada, y que esta es luz condensada, y que esta es pensamiento condensado, y que este es amor condensado, y que este es espíritu condensado, y que este es la manifestación del Dios invisible en el hombre visible, de tal manera que en el hombre se realicen los dos polos de la existencia de Dios, conforme lo parece sugerir la revelación bíblica de que el que el hombre es una criatura hecha a imagen y semejanza de Dios.