Nombre: Gran Biblioteca GLP
Ubicación: San Isidro, Lima, Peru

martes, junio 13, 2006

EL SOLSTICIO DE INVIERNO

El solsticio de invierno
PATRICIO CANTOS OYARZÚN


INTRODUCCIÓN

El recogimiento de la semilla
Habría que ocultar el manuscrito de la realidad, de las verdades, como en la novela de Humberto Eco y envenenarnos o esperar a que alguien o algo finalmente nos salve, nos explique, nos de certidumbre frente a la vida y nos haga sentir la dulce ignorancia de la seguridad materna, el amable verano de la infancia.
Pues no es así y entonces, temblorosos, esperamos con ansias la luz, en silencio acuclillado en las sombras, premunido de un relámpago azul que desgarra la caverna.

Mil años a las puertas del templo, girando buscando el camino. La dura semilla de la flor de Lis, recogida sobre si misma, penetrada en la materia, en el nicho helado de la oscuridad, en la potencia, la flor hecha sueño, agarrada a la tierra con nueve raíces, dispuesta a crecer, a germinar, a dejar la materia, y ascender, por el camino de la escuadra y del compás, de la materia hacia el espíritu, el sol derrotado renaciendo.
Este inusual modo de iniciar el presente trabajo tiene por objeto hacer presente como el tema del solsticio, se entrelaza transversalmente con al menos cuatro diferentes campos de significado; físico, simbólico, esotérico y psicológico. Recordemos tan sólo el día de nuestra iniciación, en donde del mismo modo, la cámara de reflexiones y los tres viajes misteriosos, nos marcan la elíptica de nuestro templo interior, ¿recuerdan? caminando con nuestra mano derecha en torno al ara, yendo desde la penumbra hacia el sol y desde allí de regreso, nuevamente entre columnas.
Desarrollo

“...Y ahora permanecerán la fe, la esperanza y el amor, pero de estos tres el mayor es el amor.” (I Corintios 13 : 13)

Hoy 20 de Junio, en algunos minutos más, a las 21 horas y 48 minutos, nuestro planeta habrá pasado por el Solsticio de invierno, un punto de su órbita que está bajo la constelación de Sagitario, casi en la frontera con Escorpión.
Este día, en el hemisferio sur de la Tierra y en Chile, nos encontramos recibiendo los rayos solares con su máxima inclinación, es decir los más lejanos y los más débiles del año.
Así se entiende la Eclíptica; el círculo máximo de la trayectoria anual aparente del Sol en la esfera celeste, tal y como se ve desde la Tierra. Se denomina así debido a que los eclipses tienen lugar solamente cuando la Luna se encuentra en esta trayectoria o cerca de ella. El plano de esta trayectoria, llamado plano de la eclíptica, forma con el plano del ecuador celeste (proyección del ecuador terrestre en la esfera celeste) un ángulo de 23°27’.
Este ángulo se conoce como oblicuidad de la eclíptica y es, aproximadamente, constante durante un periodo de millones de años, aunque en la actualidad está disminuyendo a razón de 48 segundos de arco en cada siglo y disminuirá durante varios milenios hasta que alcance 22°54’, después de lo cual volverá a aumentar.

Los dos puntos en los que la eclíptica corta al ecuador celeste se llaman nodos o equinoccios (el día igual a la noche). El Sol está en el equinoccio de otoño en torno al 21 de marzo y en el equinoccio de primavera, en el punto vernal, alrededor del 23 de septiembre. A mitad de camino entre los equinoccios se producen los solsticios de verano e invierno. El Sol alcanza estos puntos en torno al 22 de diciembre y al 21 de junio, respectivamente. Los nombres de estos cuatro puntos se corresponden con las estaciones que comienzan en el hemisferio sur por esas fechas.

Los equinoccios no son fijos porque el plano del ecuador gira en relación al plano de la eclíptica; completa un giro cada 25.868 años. El movimiento de los equinoccios en la eclíptica se llama presesión de los equinoccios. Para establecer la posición real de las estrellas en un momento determinado tiene que aplicarse una corrección de presesión a las cartas celestes.
La eclíptica se utiliza también en astronomía como el círculo esencial para un sistema de coordenadas denominado sistema de coordenadas eclípticas. La latitud celeste se mide de norte a sur de la eclíptica. La longitud celeste se mide de este a oeste del equinoccio de primavera.
En astrología, la eclíptica se divide en doce arcos de 30° llamados signos del zodíaco. A estos signos, o "casas del cielo", se les da el nombre de las constelaciones por las que pasa la eclíptica. Es decir entre estas cuatro estaciones se ubican los 12 signos del zodiaco.

El Zodíaco, es un cinturón imaginario en la esfera celeste, que se extiende aproximadamente 8° a uno y otro lado de la eclíptica, trayectoria aparente del Sol sobre la bóveda celeste.
La anchura del zodíaco se determinó, originalmente, incluyendo las órbitas del Sol y la Luna y las de los cinco planetas conocidos por los pueblos de la antigüedad (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno). El zodíaco se divide en 12 secciones de 30° cada una, a las que llamamos signos del zodíaco. Comienza en el equinoccio de primavera y continúa hacia el este a lo largo de la eclíptica y cada una de sus secciones recibe el nombre de la constelación que estaba situada dentro de sus límites en el siglo II a.C. Los nombres de los signos del zodíaco son: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpión, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis.
Debido a la presesión de los equinoccios sobre la eclíptica, en un ciclo de 26.000 años, el punto Aries retrocede aproximadamente 1° en 70 años, de modo que el signo Aries, actualmente, se encuentra en la constelación Piscis. En 24.000 años, aproximadamente, cuando la retrogradación haya completado un ciclo completo de 360°, volverán a coincidir los signos del zodíaco y las constelaciones.

Se cree que los signos del zodíaco tuvieron su origen en Mesopotamia hacia el año 2000 a.C. Los griegos adoptaron los símbolos de los pueblos babilónicos y se los transmitieron a otras civilizaciones de la antigüedad.
Los egipcios asignaron nombres y símbolos diferentes a las divisiones del zodíaco. Los chinos también adoptaron la división en 12 secciones pero a los signos les dieron los nombres de rata, buey, tigre, dragón, serpiente, caballo, oveja, mono, gallina, perro y cerdo. Del mismo modo lo hicieron otras civilizaciones, como la azteca con un sistema similar.
En torno al mismo tema, está la ciencia de la Astrología, que observa, analiza y estudia las posiciones y movimientos de los astros, en especial del Sol, la Luna, los planetas y las estrellas, relacionándolos con el desarrollo de los acontecimientos que se producen en la Tierra.

Los astrólogos sostienen que la posición de los astros en el momento exacto del nacimiento de una persona y sus movimientos posteriores, reflejan el carácter de esa persona y por tanto su destino. Realizan cartas astrales llamadas también horóscopos que sitúan la posición de los astros en un momento dado, como el nacimiento de una persona, por ejemplo, y a partir de ellas emiten sus conclusiones sobre el futuro de esa persona. En una carta astral se sitúa la eclíptica, trayectoria anual aparente del Sol a través del cielo, con las doce secciones que reciben el nombre de signos del zodíaco, a cada planeta (incluyendo al Sol y la Luna) se le da un signo particular dependiendo del lugar de la eclíptica en que aparece dicho planeta y del momento en que se hace el horóscopo.

.Cada planeta representa tendencias básicas humanas y cada signo un conjunto de características humanas. Cuando los astrólogos designan a una persona por un signo determinado —como Leo o Piscis, por ejemplo— se están refiriendo al signo Solar de esa persona, esto es, al signo que el Sol ocupaba en el momento de su nacimiento.
Esta ciencia, es una práctica antigua que diferentes civilizaciones parecen haber desarrollado independientemente. Los caldeos, que vivieron en Babilonia (hoy Irak), habían desarrollado ya en 3000 a.C. una de las formas originales de la astrología. Los chinos la practicaban en el 2000 a.C. En la antigua India y en la civilización maya de América del Norte y Central se desarrollaron otras variedades. Estas civilizaciones debieron observar que determinados astros, especialmente el Sol, influían en el cambio de las estaciones y en el éxito de las cosechas.

Basándose en estas observaciones desarrollaron un sistema más amplio, en el que los movimientos de otros astros como los planetas, influían o representaban otros aspectos de la vida.
Hacia el siglo V a.C, la astrología se extendió a Grecia, donde filósofos como Pitágoras y Platón la incorporaron a sus estudios sobre religión y astronomía. Durante la edad media fue ampliamente practicada en Europa, a pesar de que autoridades cristianas como Agustín, arzobispo de Canterbury en 600 d.C., la condenaron. Hasta el siglo XVI muchos sabios consideraron la astrología y la astronomía como ciencias complementarias.

En aquella época, los descubrimientos realizados por astrónomos como Nicolás Copérnico y Galileo Galilei socavaron algunos de los fundamentos de la astrología. A partir de entonces, pocos científicos han prestado una atención seria a la astrología.
Volviendo a lo anterior, diremos que este ángulo de inclinación hace que, dependiendo de la época del año, veamos a la Eclíptica a diferentes alturas del cielo, variando entre el día y la noche. Hoy 20 de Junio, la Eclíptica llega durante el día a su punto más bajo en dirección al Norte, será el día más corto, pero durante la noche está en su punto más alto y será la noche más larga del año. En el hemisferio Norte, ha ocurrido lo opuesto, el Sol ha llegado hasta su máxima altura aparente en el cielo, sobre el Trópico de Cáncer (que actualmente está entre Géminis y Tauro).
Con estos fenómenos ocurriendo todos los días de nuestras vidas, terminamos por internalizarlos de manera simple, es decir, entendemos al verano como una estación alegre y el invierno como una triste, por el hecho de que el primero representa en cierto modo el triunfo de la luz y el segundo el de la oscuridad, sin embargo, los dos solsticios tienen un carácter un poco más profundo que lo que parece.

Si efectivamente lo miramos desde una perspectiva circular, regeneradora, descubriremos que lo que ha alcanzado su máximo potencial, no puede hacer otra cosa que decrecer de manera natural y lo que ha llegado a su mínimo no puede, al contrario, sino comenzar a crecer a continuación; por eso el solsticio de verano señala el comienzo de la mitad descendente del año, y el solsticio de invierno, inversamente, el de su mitad ascendente; y esto explica también, desde el punto de vista de su significación cósmica, las palabras que San Juan Bautista, cuyo nacimiento coincide con el solsticio estival, es decir el del verano, dice: "Él (Cristo, nacido en el solsticio de invierno) conviene que crezca, y yo que disminuya". (San Juan, III, 30.)
Del mismo modo Sabemos que en la tradición hindú, la fase ascendente se pone en relación con el deva-yâna, y la fase descendente con el pitr-yâna; por consiguiente, en el Zodíaco, el signo de Cáncer, correspondiente al solsticio de verano, es la "puerta de los hombres", que da acceso al pitr-yâna, y el signo de Capricornio, correspondiente al solsticio de invierno, es la "puerta de los dioses", que da acceso al deva-yâna.

En realidad, visto así, el período "alegre", es decir, benéfico y favorable, es la mitad ascendente del ciclo anual, y su período "triste", es decir, maléfico o desfavorable, es su mitad descendente; y el mismo carácter pertenece, naturalmente, a la puerta solsticial que abre cada uno de los dos períodos en que se encuentra dividido el año por el sentido mismo del curso solar; por lo demás, en el Cristianismo las fiestas de los dos San Juan están en relación directa con los dos solsticios y aunque nunca la hayamos visto indicada en ninguna parte, está expresado, también de algún modo en el doble sentido del nombre de "Juan".
Y decimos esto, porque la palabra hebrea hanán tiene a la vez el sentido de "benevolencia" y "misericordia" y el de "alabanza", del mismo modo que en nuestra lengua, palabras como "gracia o gracias " tienen también esa doble significación;
por consiguiente, el nombre Yahanán o más bien, Yehohanán puede significar "misericordia de Dios" y también "alabanza a Dios".

Y es fácil advertir que el primero de estos dos sentidos parece convenir muy particularmente a San Juan Bautista, y el segundo a San Juan Evangelista; por lo demás, puede decirse que la misericordia es evidentemente "descendente" y la alabanza, "ascendente", lo que nos reconduce a su respectiva relación con las dos mitades del ciclo anual, lo mismo que se expresa en el doble rostro alegre y sufriente del Dios Jano.
En relación con los dos San Juan y su simbolismo solsticial, es interesante también considerar un símbolo que aparece en la Masonería anglosajona, es un círculo con un punto en el centro, comprendido entre dos tangentes paralelas y estas tangentes se dice que representan a los dos San Juan.
Como vemos, el círculo es aquí la figura del ciclo anual, y su significación solar se hace, más clara por la presencia del punto en el centro, pues la misma figura es a la vez el signo astrológico del sol; y las dos rectas paralelas son las tangentes a ese círculo en los dos puntos solsticiales, señalando así su carácter de "puntos límite", como los límites que el sol no puede jamás sobrepasar en el curso de su marcha; y porque esas líneas corresponden así a los dos solsticios; puede decirse también que representan por eso mismo a los dos San Juan.

Este aspecto de las dos columnas se ve claramente también en el símbolo de las "columnas de Hércules"; el carácter de "héroe solar" de Hércules y la correspondencia zodiacal de sus doce trabajos.
Algunas reflexiones masónicas
“Facilis descensus Averni, noctes atque dies patet atri ianua Ditis; sed revocare gradum supersaque evadere ad auras, hoc opus, hic labor est”
(Es fácil y sencillo bajar a las profundidades del Averno, pues la tenebrosa puerta del sepulcro está abierta día y noche; sin embargo el regreso hacia arriba a la clara atmósfera del cielo, pasa por un sendero duro y doloroso)
Virgilio: La Eneida VI, 126-129

Nosotros conocemos la experiencia de la cámara de reflexiones, de este duro camino interior hacia nuestro propio infierno, aislándonos hacia adentro, penetrando el centro mismo de las cosas para entender cual es la esencia de las cosas y cual su apariencia, así en lo más profundo de nuestra ser, en la noche más larga de nuestro viaje celeste, sólo nos queda una antorcha: nuestra razón resplandeciente, que apenas ilumina algunos restos óseos, que figuran otra realidad, la verdad brutal, privada del velo de las ilusiones, en el fondo del V.:I.:T.:R.:I.:O.:L.: alquímico:
“Visita Interiora Térrea Rectificando Invenies Occultum lapidem” (visita el interior de la tierra y rectificando –por purificaciones- encontraras la piedra oculta de los sabios).
Entonces en la noche más larga descubrimos la piedra filosofal, nuestra piedra cúbica francmasónica, sustento de las certezas que requiere el espíritu, roca firme, angular y cristalización salina de nuestro YO y de la construcción intelectual y moral que constituye la gran obra.

Respecto de lo anterior, bástenos recordar de nuevo los misterios de Eleusis y Ceres, en donde el recipiendario, el iniciado, era símbolo de la semilla en la tierra, que sufriendo la putrefacción da origen al nacimiento de la flor de oro y a su proceso de individuación nacido desde sus propios sueños arquetípicos.

Conclusiones

QQ.:HH.: ya preparados para los tres cantos del gallo, que anuncian el fin de la noche y el triunfo de la luz sobre las tinieblas. Se da cumplimiento al proceso, a la etapa ascendente de nuestro propio invierno interior.
Esto celebramos en nuestras fiestas solsticiales; la fé ciega, la esperanza y el amor, estas virtudes teologales que son la certidumbre de que a pesar de la oscuridad nacemos una y otra vez en la circularidad interminable de los días, los múltiples nacimientos y muertes que hemos de tener en nuestras vidas, sin más armisticio que el eterno retorno al uno/todo.
Las fiestas solsticiales son el momento simbólico en que los masones nos recogemos hacia el interior de nuestro microcosmo y advertimos nuevas verdades morales y nuevas realidades espirituales, que nos permiten continuar con la gran obra.
Así también se produce en el macrocosmo el áureo proceso de los movimientos celestes de las esferas y de la armonía con que se regenera el universo, armonía que esta en consonancia con nuestros propios acordes interiores, que resuenan en nuestro YO con la mística melodía de las esferas.

BIBLIOGRAFÍA



· Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada
Buenos Aires, Eudeba, 1969, y Barcelona, Paidós, 1996
· René Guenón
· Manual del Aprendiz
· Oswald Wirth
· Psicología y alquimia
Plaza & janes editores S.A. 1977
· Carl Gustav Jung
· Curso de Docencia para Instructores Masones
Ediciones Gran Logia de Chile, 1984
· Consejo superior de docencia masónica

· Enciclopedias

· Diccionario Enciclopédico abreviado de la masonería

· Compañía General de Ediciones S.A. México, 1955

· Lorenzo Frau Abrines