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miércoles, abril 26, 2006

LA FILOSOFIA MASONICA

LA FILOSOFIA MASONICA
Del libro Los Arquitectos de Joseph Fort Newton

¿Tienes en ti alguna filosofía, Pastor”? pregunta Touchstone en una obra de Shakespeare. Esta pregunta es la que debemos hacernos ahora nosotros. Hace tiempo que Kant dijo que la misión de la filosofía no consiste en buscar la verdad, sino en ordenarla, para averiguar el ritmo de las cosas y su razón de ser. La filosofía considera lo familiar como extraño, y su mente esta llena de los asuntos que trata. Vasta, humana y elocuente, es “una mezcolanza de ciencia, poesía, religión y lógica que nos da una visión más clara y amplia.

Cuando se ve la masonería bajo esta luz suave y amplia, aparece una gran catedral antigua, amarilla por los años, rica en asociaciones, con los escalones consumidos por los pies de los innumerables seres vivos y muertos ya que los han hollado, pero aún fuertes y resistentes. Al cruzar sus dinteles, nos maravillan la elevación de sus ventanales que tienen detrás la profunda gloria del infinito, nos pasma la elevación de los pilares, los saltos de los arcos y su techo tachonado de estrellas. E, inevitablemente, nos preguntamos de dónde vino este templo de fe y de amistad y qué es lo que representa irguiéndose líricamente, construido por el hambre y sed de la verdad y libre del choque de los años y las tempestades de la ancianidad. ¿Qué fe levantó esta morada del alma, que filosofía vive en ella y la sostiene? Verdaderamente tiene razón Longfellow cuando canta en Los Arquitectos: “En los antiguos tiempos se construían con mayor esmero todas las partes de la obra, porque los dioses lo veían todo”.

Si examinamos los fundamentos de la masonería, observamos que descansan sobre la verdad fundamental, la primera y última verdad, o sea, sobre la soberana y suprema Realidad. En el umbral de sus logias se a todo hombre, sea campesino o príncipe, que confiese su fe en Dios Todopoderoso, Arquitecto y Constructor del Universo la cual no es una mera fórmula de palabras, sino la afirmación más solemne que hayan podido pronunciar los labios humanos. Ser indiferente a Dios es ser indiferente a la realidad más grande de todas, en la que se fundamentan todas las aspiraciones humanas. Las instituciones que se cierran a este significado de la vida y al carácter del universo, no duran mucho, porque son como casas construidas sobre la arena, que faltas de cimientos, han de derrumbarse en cuanto el viento las sacuda y las azote el agua. Las fraternidades humanas que no se inspiran en la Paternidad de Dios, están condenadas a morir. La vida nos lleva a creer que existe un Dios del Universo, sobre cuya base puso su piedra angular, la masonería, que por esta razón perdura a través de los tiempos y se desarrolla de un modo creciente, sin que las puertas del infierno no prevalezcan contra ella.

Si bien la masonería es teocrática por su fe y filosofía, no limita su concepto de la Divinidad ni tampoco insiste en el hombre que se debe dar “al Uno innominable, de centenares de nombres” En verdad que la hazaña más importante de la masonería ha sido su búsqueda incesante de la Palabra Perdida o Nombre Inefable; búsqueda que jamás termina, a pesar de que sabemos que todo nombre es inadecuado y que todas las palabras no son más que símbolos de una Verdad, de por medio del lenguaje humano. Por esto la masonería no limita el pensamiento de Dios, y busca en cambio una visión más reveladora y satisfactoria de la significación del universo, invitando a todos los hombres a unirse a su obra: “Porque es una en la libertad de la verdad; una, en la alegría de recorrer senderos no hollados; una, en el alma de la perenne juventud; una, en el pensamiento más amplio de Dios”.

En verdad de que la conciencia humana de que el hombre es un compañero del Eterno, désele a éste el nombre que se quiera, bien puede acallar todas las palabras, argumentos y anatemas. Lo verdaderamente importante es poseer y no reconocer, y, si no se reconoce, nuestra debe ser la culpa. Ante la única gran experiencia, todos los espíritus elevados se unen al Papa Alejandro, que también fue masón, para entonar la plegaria Universal:

“¡Oh, Padre de todos! ¡Oh Jehová, Oh, Jove, Oh Señor! Adorado en todas las épocas y en todos los climas, por los santos, los salvajes y los sabios.”

Nuestros pensadores masónicos proclaman con elocuente unanimidad que la unidad y el amor de Dios es la verdad fundamental de la filosofía masónica, junto con la inmortalidad del alma, de las que deducen la unidad última y el amor de la humanidad. Entre la confusión de los politeísmos y dualismos, sostienen los masones que ha sido misión principalísima de la Masonería conservar estas preciosas verdades, ante las cuales palidecen todas las demás, y de esto no cabe duda alguna, pues hasta la misma ciencia ha llegado a develar la unidad del Universo haciendo gran hincapié sobre ella. El Universo es una maravilla interminable: es una maravilla y no una contradicción, cuyo ritmo solo se encuentra en la verdad de la unidad de todas las cosas en Dios, clave única con la que se le puede interpretar. La Masonería ahonda en estos profundos cimientos para formar la base sobre la que levanta su templo inmortal. Y si todo esto fuera falso o inestable entonces.

“El firmamento descansaría sobre columnas carcomidas, y los cimientos de la tierra sobre rastrojos”

Sobre el altar de la masonería está la Biblia que, a despecho de todos los cambios y progresos de la época, sigue siendo el mejor Libro Moderno, el manual moral de la civilización, en cuyas páginas, como entre las nubes que cubrían las cimas del Sinaí, en sus “Bosques de Salmos”, en sus proverbios y en sus parábolas, en sus evangelios y en sus epístolas se escucha la verdad eterna del Dios Uno que es amor y que pide a los hombres que se amen entre sí, que sean misericordiosos, que se vean libres de todo mal y que caminen humildemente ante El, en cuya gran mano se encuentran. Y en ese libro leemos la vida del Hombre de Galilea que enseño que todos los hombres fueron concebidos con amor en el seno del divino Padre, y que, por lo tanto, tienen origen, destino y deberes comunes. Por esto, es nuestro deber levantar al caído, traer a su camino a los que se extravían y partir nuestro pan con los hambrientos, con lo cual no haremos sino hacernos buenos a nosotros mismos, porque todos somos miembros de una gran familia, y el daño hecho a uno de ellos perjudica a todos los demás.

La masonería ha enseñado siempre religiosamente esta fe profunda y reverente de la cual fluyen, como de manantial inagotable, la abnegación de los héroes, el respeto moral a uno mismo, los verdaderos sentimientos de fraternidad, la infalible fidelidad en la vida y el consuelo eficaz ante la muerte. La masonería ha enseñado esta verdad con verdadera perseverancia en todas las épocas de la humanidad, pero nunca lo hizo con más ahínco que hoy día. No se pronuncia ningún discurso masónico en nuestros talleres que no enseñe ardientemente esta única religión verdadera, que es alma de la masonería y, además, su base y su apice, su luz y fuerza. La masonería descansa sobre esta base, vive y actúa con esa fe, y, con ella, espera triunfar cuando termine el ruido y confusión de la época actual.

De esta sencilla religión nace, por lógica inevitable, la filosofía, enseñada por la masonería por medio de signos y símbolos, de representaciones y parábolas, la cual consiste, en síntesis, en que, tras del panorama de la naturaleza, así como en ella y sobre ella, existe una Mente Suprema que inicia, impele y dirige todo; que tras de la vida del hombre, de igual modo que en ella y sobre ella, existe una justa voluntad, o sea la Conciencia Inteligente del Ser Supremo. En resumen, que la cosa primera y última del universo es la mente; que la conciencia es la cosa más profunda y elevada, y que el amor absoluto es la realidad final. No se puede ir allende esta fe; ni ahondar más profundamente que este pensamiento.

“No hay profundidad por profunda que sea que nos muestre el manantial de donde fluyen las estrellas, ni pensamiento que revele los más sutiles impulsos de la vida. Nosotros al parecer venimos y nos vamos; pero ¿Quién sabe de dónde venimos y hacia dónde vamos? Todo el secreto radica en esta sola silaba: ¡Dios! ¡Sólo Dios! ¡Dios primero, Dios después! ¡Dios infinitamente vasto! Dios que es amor, amor que es Dios, tallo sin raíces florecido!

No hay más que una alternativa de esta filosofía, que no es el ateismo – el cual generalmente no es más que una revulsión de la superstición – porque el número de adeptos del ateismo absoluto es escaso y su posición demasiado precaria para que constituya una amenaza. El Ateo, si existe, es a manera de un pilluelo extraviado que vaga solitario y sin hogar por las calles sombrías del tiempo. Tampoco es el agnosticismo su alternativa, el cual sólo es una modalidad pasajera del pensamiento, una confesión de la inteligencia o una falacia con que librarse de la fatiga y el esfuerzo que exigen las ideas elevadas. El Agnosticismo tiembla vacilando eternamente a manera de un asno que, encontrándose a igual distancia de dos haces de forraje, se muere de hambre sin decidirse a optar por uno de los dos. No, la verdadera alternativa es el materialismo el cual representó un papel tan importante en la filosofía del siglo pasado y que, derrotado ya, recurre a aplicarse al campo de las cosas prácticas. Esta es la temible alternativa que niega la gran fe de la humanidad y que podría embeber como una esponja todas las elevadas aspiraciones e ideales de la raza.

Según este dogma, las primeras y últimas cosas del universo no son más que átomos. La mente, la voluntad, el carácter y el amor, son cosas transitorias, vanas e incidentales. El hecho soberano, fundamental, es polvo; la realidad final, cieno, y la ley del destino, “polvo que cae en el polvo”.

Justo es decir que la masonería ha combatido la idea de la muerte final, y que se ha aliado en la guerra del alma contra el polvo, en la opción entre Dios y el barro, a los grandes idealismos y optimismos de la humanidad, La masonería se asocia a la visión espiritual de la vida y del mundo por estar más de acuerdo con los hechos de la experiencia, los principios de la sana razón y la voz de la conciencia. Es decir, que para descifrar el enigma del universo, se atreve a internarse en la esencia suprema del hombre, afirmando que el alma es semejante al espíritu Eterno y que su cualidad eterna puede revelarse llevando una vida recta. La Masonería se fundamente en esta filosofía:
“En El pondremos la piedra singular; en El construiremos este edificio, y hasta que el trabajo se termine, El dirigirá a los trabajadores.”

Todos nuestros pensamientos ya sean científicos, religiosos o filosóficos, se fundamentan en la semejanza del hombre con Dios. Si fuera falsa esta creencia, el templo del pensamiento humano se derrumbaría, porque entonces no podríamos estudiar sus fuerzas, investigar sus leyes y levantar su mapa, hallando lo infinito hasta lo infinitesimal, demuestra que la mente humana es de naturaleza semejante a la Mente que hizo el Universo. Además, la naturaleza humana tiene dos aspectos que la separan de la animal y que indican su origen divino; la razón y la conciencia, las cuales, no solo pertenecen al sentido y al tiempo, sino que tienen su origen, satisfacción y autoridad de un mundo eterno e invisible. Es decir, que el hombre es un ser que, si no es verdaderamente inmortal, se ve llamado por la ley de la necesidad de su ser a vivir como si lo fuera. El alma del hombre posee en si misma la única prueba cierta y profética de su propia fe elevada.

Consideramos además qué significado tiene el decir que el alma del hombre es de naturaleza semejante a la del Alma eterna de todas las cosas. Esto quiere decir que nosotros no somos meras formas de barro existentes por casualidad, sino que somos hijos del Ser Supremo, ciudadanos de la eternidad, tan inmortales como nuestro Padre Dios, y tenemos la obligación de vivir de un modo adecuado a la dignidad del alma. Quiere decir, asimismo, que cuanto piensa el hombre, como igualmente la pureza de su sentir y el carácter de su actividad, tiene importancia vital para el Eterno. Esta filosofía ilumina el universo como un sol naciente, que confirma las certidumbres latentes en el alma y convierte el misterio en cosa conocida, y la desesperación, en esperanza; sol que evoca los colores de la vida humana, cubriendo de belleza y de sentido perdurable nuestros años mortales. Esta filosofía nos da un papel que representar en la empresa histórica, nos convierte en compañeros de trabajo del Eterno para contribuir a la redentora formación de la humanidad y nos incita a cumplir su voluntad tanto en la tierra como en el cielo. Ella subyuga el intelecto; ablanda el corazón, y engendra en la voluntad ese sentimiento de respeto a sí mismo, sin el cual no sería posible esa vida heroica y elevada. Tal es la filosofía sobre la que se edifica el templo de la masonería y de la que manan, como de roca golpeada en el desierto, corrientes de agua que bañan el mundo de los hombres.

El alma humana es libre, por ser de naturaleza idéntica a Dios y estar dotada de poderes ilimitados. Por la lógica de su filosofía y por inspiración de su fe, la Masonería se ha sentido impelida a pedir la libertad de conciencia, la libertad del intelecto, a proclamar el derecho que tienen todos los hombres de ser iguales ante Dios y ante la ley sin temor y traba alguna, respetando cada cual los derechos ajenos. Recordemos que, antes de que la orden masónica la proclamara, esta verdad existía en la voluntad de Dios y en la constitución del alma humana. Por eso no debe cejar la Masonería en su antiguo y elocuente empeño hasta que todos los hombres sean libres en cuerpo, mente y alma. Tenía razón Lowell cuando escribía que:

“No somos libres, La libertad no consiste en meditar de cara al pasado, mientras las insignificantes preocupaciones y los rastreros intereses tejen su tela de araña en torno nuestro, que al fin y a la postre acaban por ser más fuertes que las cadenas de hierro y por sujetar estrechamente el corazón, el alma y el pensamiento. La libertad se crea nuevamente todos los años en los corazones abiertos de par en par, de cara a Dios, en las almas que siguen la cadencia de las esferas, en las mentes que crecen hacia lo futuro como una marea. No hay credo ni código por amplio que sea, que la pueda contener, por eso la libertad tiene en el alma del hombre una augusta morada construida de cara a la aurora”

Día vendrá en que el proyector luminoso de la verdad disipe las sombrías nubes de la ignorancia y el mundo honre a la masonería por cuanto ha trabajado en pro de la libertad de pensamiento y la libertad religiosa. La obra más noble de la masonería ha sido su proclamación de los derechos y deberes de las almas a buscar la luz de la verdad libertadora de los hombres. En los remotos siglos del pasado, en que el crimen más castigado era el de pensar y la conciencia humana estaba uncida al yugo de la Iglesia, La Masonería se irguió para proclamar el derecho que tiene toda alma de conocer la verdad y de contemplar, saltando del regazo de la tierra, el rostro de Dios. Su palabra de paso no ha sido el de la libertad procedente de una fe o religión, sino la de libertad de creencias; fundándose en que, así como el despotismo crea la anarquía, el dogma intransigente es la fuente prolífica del escepticismo, y, también, en que nuestra raza ha realizado sus progresos más rápidos en los campos donde la libertad ha durado más tiempo.

La masonería no cejará jamás en su lucha contra quienes quieran encadenar al pensamiento para perpetuar su autoridad corrompida, ni tampoco dejara de combatir a quienes sellan los labios de los estudiosos con preceptos de escolásticas muertas. La Masonería aspira a que se gobierne sin tiranía, a que la religión no sea supersticiosa, y es imposible que se le derrote porque no combate por medio de la fuerza ni valiéndose de intrigas, sino con el poder de la verdad, la persuasión de la razón y la gentileza de la caballerosidad, sin buscar la destrucción de sus enemigos, sino tratando de ganarles a la causa de la libertad, de la verdad y a la fraternidad del amor.

Y no sólo proclama la Masonería esa libertad religiosa que permite sostener a cada cual lo que crea verdadero, sino que también lucha con igual intensidad por la libertad que da fe al alma, emancipándola del despotismo de la duda y de las cadenas del miedo. Por esto, trata de mantener viva en el corazón de los hombres su confianza en la bondad de Dios, en el valor de la vida y en la divinidad del alma, confianza que tan fácilmente puede derruir el poderoso ciclón de los años. Ayudad a un hombre a que fortalezca su fe en la Infinita Compasión que mora en el corazón de este mundo sombrío y le habréis librado de terrores innumerables, consiguiendo que el corazón de este mundo sombrío y le habréis librado de terrores innumerables, consiguiendo que el corazón que fue en otro tiempo templo del terror, se transforme en “una catedral serena y alegre” mientras que la perspectiva de su vida se habrá agrandado a la luz del servicio social. No hay tiranía comparable a la tiranía del tiempo. Dad al hombre un solo día de vida y será como un pájaro que se estrella contra los barrotes de su jaula. Dadle un año para poder realizar sus pensamientos y planes, sus propósitos y esperanzas, y le habréis libertado del despotismo de un día. Aumentad el panorama de su vida a cincuenta años, y adoptará la actitud de dignidad moral que hasta entonces le había sido imposible tomar. Pero concededle el sentimiento de su Eternidad, hacedle saber que podrá trabajar y pensar durante un tiempo interminable, que tras sus errores y pecados se cierne y espera el infinito, y entonces se sentirá libre de todo.

Sin embargo, la inmortalidad no tendría valor alguno si la vida terrena no lo tuviera tampoco; porque lo verdaderamente importante no es la cantidad de vida, sino su cualidad, su intensidad, su pureza, su fortaleza, su elevación de espíritu y su actitud de alma. De aquí proviene el que la Masonería insista continuamente en la formación del carácter y en la práctica de la rectitud y de la justicia, y, asimismo, que haga verdadero hincapié en esa cultura moral sin la cual el hombre sería un ser rudimentario, en esa visión espiritual sin la que el intelecto sería un esclavo de la pasión y de la codicia. La lealtad a las leyes de la justicia, a la verdad, a la pureza, al amor y a la voluntad de Dios, libera y engrandece el alma humana. El modo de vivir es lo que importa verdaderamente. De modo que todo hombre tiene que buscar año tras año un método mejor para levantar el edificio de su vida, fundamentando su fe en Dios con ayuda de la escuadra de la justicia, de la plomada de la rectitud. Del compás que refrene sus pasiones y de la regla que divida su tiempo en trabajo, descanso y servicio a sus camaradas. Empecemos, pues, desde ahora a buscar la sabiduría en la belleza de la virtud y a vivir regocijados bajo su luz protectora, para que podamos vislumbrar en este mundo los destellos del otro y hacer que descienda a las tinieblas de la tierra algo que no pueda morir.

Bede, el Venerable, refiere que, mientras deliberaba el Rey de Northumberland con sus consejeros sobre si debía permitir o no a los misioneros cristianos que enseñasen su nueva religión, se adelanto un jefe cuya cabeza habían nevado los años, para recordarles la sensación que experimentó durante un festín al ver que un pájaro entraba en la habitación huyendo de la tempestad. Aquel momento debió ser para el ave de reposo y de luz, pero duró poco tiempo, porque no hizo más que contemplar la brillante escena y se lanzó de nuevo en las tenebrosas y agitadas entrañas de la noche, sin que nadie supiera de dónde vino ni a dónde iba.

“La vida humana es así – dijo el veterano jefe – Nuestros sabios no saben decirnos de dónde venimos ni a donde vamos. Nuestro vuelo es breve. Y si hay alguien que puede enseñarnos algo más acerca de este asunto, debemos escucharle en el nombre de Dios”.
Escuchemos pues, cuanto tiene que decirnos la Masonería respecto a la inmortalidad del alma. Pero la masonería no se vale para esto de un argumento bien fuerte y trabado, sino que presenta una visión del más antiguo y sublime drama del mundo, cuya visión es el mejor método de hacer sentir a los hombres las verdades que no se pueden expresar por medio de palabras. Ella nos muestra la tragedia más sombría de la vida en su hora más trágica; las fuerzas del mal que, astutas y estúpidas a la vez, se lanzan sobre el alma para tentarla a la traición y a la degradación de renunciar a todo lo que hace la vida digna de ser vivida; tragedia que, por su sencillez y fuerza, hace llorar y detenerse conmovido al corazón. Pero después, surge de estas densas tinieblas, a manera de luminosa estrella, lo que hace que el hombre se asemeje a Dios: Su amor a la verdad, su lealtad a lo supremo, su deseo de descender a la noche de la muerte, si sólo la virtud puede vivir y vibrar como un latido de fuego en el cielo de la tarde. El heroísmo sublime que desafía a la muerte es el testimonio mayor de nuestra inmortalidad y de nuestra divinidad. La eterna paradoja de que “Quien pierda su vida por la verdad, la ganará” se convierte en certeza ante las puertas de la tumba.

La Masonería se fundamenta en esto, confiando en que, puesto que el hombre siente es su interior algo que le atrae al ideal moral y a la integridad de su propia alma, contra todas las fuerzas brutas del universo, el Dios que hizo al hombre a su imagen y semejanza no dejará que se convierta en polvo. No nos ha sido dada en la tenebrosa morada de este mundo, visión más excelsa del problema de la inmortalidad, ni hace falta que conozcamos otra verdad más profunda.

Laborando, prestas las manos a enlazarse, edificaremos la estructura de nuestra vidas sobre lo que nuestros dedos palpan, nuestros ojos ven y nuestros oídos oyen, hasta que, en un momento dado – momento maravilloso, ya llegue envuelto en tormentas y lágrimas o ya más dulce como la brisa del atardecer bajo un cielo inmaculado -, se nos pida que dejemos de asirnos a esas cosas sólidas, para confiarnos al alma invisible que dentro de nosotros anida e internarnos a lo largo de un sendero invisible hacia lo desconocido. Cosa extraña: una puerta se abre a un mundo nuevo, y el hombre, a pesar de ser hijo del polvo, sigue su alma aventurera, cuando el alma camina en pos de un poder inescrutable. De súbito, fijos los ojos y pálidos los labios, yacemos y aguardamos; y la vida ya hubiera sido bien empleada en nobles luchas o ya dilapidada en estériles placeres, luminosa y sombría, se queda detrás; ensueño que es un ensueño, realidad que ya no existe. ¡Oh, Muerte:

“Tú has destruido el mundo bellísimo con su potente brazo, lo has desmoronado en ruinas y pulverizado como el mazazo de un semidiós. Llevamos al vacío los dispersos fragmentos, lamentando la belleza desvanecida de tal suerte que no puede renacer. ¡Levántalo de nuevo, más poderoso, más flamante, para los hijos de los hombres! ¡Edifícalo de nuevo en tu propio regazo!”

¡Oh, Juventud, para quien estas líneas han sido escritas, no temas; no temas creer que el alma es tan eterna como el orden moral que en ella prevalece; ve en pos eternamente de aquella belleza divina que de tal forma te ha conmovido y transfigurado aquí, porque tal es la fe de la humanidad que es tu raza y de sus más perfectos héroes! Arraiguémoslo en el corazón, amémoslo, y obremos conforme a ello, a fin de aprender su más hondo significado con respecto a los otros –nuestros muertos amados en quienes nosotros pensamos tal vez todos los días -, y séanos más fácil vivir como héroes llenos de esperanza, aun en los momentos de honda tristeza. No es esta una fe que pueda adoptarse a la ligera, sino en el sosiego e intimidad del alma, si de esta manera podemos ahondar cada vez más por cuenta propia es su elevada significación, al correr de la vida.